Una delicia como otra cualquiera, y una forma de salirse del cochinillo asado, al horno, segoviana..., y que además nos permite otro pequeño placer: cuperretearnos los dedillos JAJA.
Es un gustazo ir mordiendo estas pequeñas porciones crujientes, tiernas y muy sabrosas, a las que, para acompañar como se merece, podremos abrir una botellita de vino tinto, por ejemplo un Ribera del Duero como "Pago de Carraovejas", de color intenso y sabor carnoso..., ideal.
Empezamos troceando bien el cochinillo en pequeñas porciones, sin astillarlo, por lo que si no tenemos útiles en condiciones para hacerlo es preferible pedirle al carnicero que nos lo trocee en el momento de comprarlo.
Preparamos un majado en el mortero con ajo, sal, perejil, un pelín de tomillo y AOVE. (El tomillo también podemos sustituirlo por un poquito de orégano, pero lo ideal es usar tomillo). Lo pasamos bien, con paciencia hasta que se nos quede una pasta más o menos uniforme.
Una vez hecho el majado vamos impregnando con él pieza a pieza el cochinillo y lo reservamos un par de horitas para que vaya tomando los distintos sabores su tierna carne. Lo tendríamos listo para cocinar.
Ponemos en una sartén honda AOVE y lo dejamos que se caliente bien para que al freírlo se tueste exteriormente y se nos quede tierno en el interior sin secarse. Lo vamos volteando para que se nos haga uniformemente.
Una vez retirado de la sartén, lo salamos ligeramente, sin pasarnos. La textura ideal es "churruscadito", no quemado.
Seguimos este proceso hasta freír todo el cochinillo. Hay un toque final opcional que consiste en exprimir limón y una vez en la fuente y sazonado, verter un poquito del zumo por encima, esto ya va en gustos, o si no, como en casa, la mitad con limón y la otra no...
Como siempre, a disfrutarlo y si es posible, reposarlo..., que os guste!!
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